AUTORRETRATO LINGÜÍSTICO
-Con motivo de la celebración del Día Europeo de las Lenguas (26 de septiembre) e invitado por @londones en su blog Día Europeo de las Lenguas dejo mi autorretrato-
José Luis Lomas @jos_lomas
'Adelante, chicos, que todos tenemos algo de Jim'
Pepito |
Conservo
en la biblioteca uno de mis primeros libros: 'La
isla del tesoro' de
R.L. Stevenson, de la Editorial Bruguera, en aquella serie llamada
Clásicos
juveniles,
que contiene esta dedicatoria manuscrita con una estilográfica y en
tinta verde:
'Para
Pepito en el día más feliz de su vida, de su maestro recordándole
con cariño'
...
y
luego un garabato.
Mi primera novela regalada y dedicada por mi maestro |
Pepito
era yo; el día más feliz de mi vida, mi Primera Comunión; y quien
escribió la dedicatoria, Don Juan, uno de mis primeros maestros...
Don
Juan quiso regalarme esta novela de aventuras que narra la historia
de Jim, un niño sin responsabilidades que pasa a ser un hombre
valiente...
Gracias
a Jim, uno de sus personajes, comencé a conocer y sentir los valores
de la amistad, de la valentía o la lealtad... O quizá no fue así y
ha sido después de tanto tiempo cuando los he reconocido... el caso
es que cuando me habéis propuesto un autorretrato lingüístico para
celebrar el Día Europeo de las lenguas, se me ha venido a la cabeza
esta novela y he ido a encontrarla en uno de los anaqueles.
Nací
en Cambil, un pequeño pueblo de Sierra Mágina situado en un gran
valle rodeado de altas cumbres y escabrosos montes vigilados por dos
inmensas peñas: Cambil y Alhabar.
Durante
aquellos primeros años de la década de los sesenta, los niños
acudíamos a las Escuelas, que no eran sino dos aulas, una para niños
y otra para niñas, en la planta baja de una casa que se me antojaba
inmensamente grande. En su parte superior estaba la vivienda del
maestro. Aquella casa también tenía un corral con animales que
dotaban de despensa al maestro y adonde íbamos a hacer algunas
excursiones para dar de comer a las gallinas y a los conejos y ver
cómo Don Jesús ordeñaba la cabra. Los recreos, los solíamos hacer
en la calle, supongo.
Como
digo, nací en Cambil, allí viví hasta los trece años y al igual
que Daniel 'el Mochuelo' en la novela 'El Camino' debí marcharme a
la capital para proseguir mis estudios de bachillerato.
Sinceramente
no recuerdo bien cómo pasé la noche anterior a mi marcha a la
capital, pero seguramente fue parecida a la que Delibes refleja en su
novela: yo, en mi cuarto, mi madre Pura haciendo cuidadosamente la
maleta, de piel gastada, preocupada por mi bienestar y mi padre
Francisco decidido a mandarme a la ciudad, donde viviría solo en una
casita que mi abuelos Pepe e Ignacia habían comprado recientemente y
que nos serviría de residencia a los nietos que quisiésemos
estudiar en la capital.
Entonces,
no éramos muchos los chicos del pueblo que abandonábamos aquel
valle montados en un coche de viajeros destartalado y que a duras
penas lograba empinar la cuesta hasta alcanzar el puerto de montaña
coronado por un pequeño acueducto que saciaba la sed de aquellas
olivas de troncos retorcidos. Sí, aquel autobús luego nos conducía,
ya cuesta abajo, hasta cruzar el río Guadalbullón y tomar
finalmente la carretera nacional que venía de Granada y nos llevaba
a Jaén.
Llegué
con mis trece años a cursar el bachillerato en el Instituto Virgen
del Carmen,
llamado el Instituto masculino, y formé parte de la primera
promoción del BUP (Bachillerato Unificado y Polivalente).
Junto
a la maleta de piel gastada, llevé otra de madera, cargada de
libros, con un radiocasete, algunas cintas y una máquina de escribir
Olivetti de color verde manzana.
La
llegada a la ciudad fue algo grande para mí, especialmente durante
los primeros años. Aquellos chicos de la ciudad, aquellos profesores
que se me antojaban tan listos y aquella libertad me ensanchaban el
alma, y cada mañana y cada tarde acudía a las clases lleno de
ilusión, admirado por aquel profesorado y aquellos compañeros que
habían ocupado el lugar de Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, El
capitán Trueno o Roberto Alcázar y Pedrín, mis acompañantes
durante los últimos años y con quienes me había encontrado al
final del día, al salir de la escuela a las cinco, cansado ya de
jugar con mis amigos al tirachinas, a correr para ver quién llegaba
antes a la presa de agua, vagando por el camino del Molino o
bañándonos en verano en las chilancas construidas con piedras por
los chicos mayores en los remansos del río Villanueva.
Los
domingos, después de misa, con la calderilla que nos daban nuestros
abuelos, nos avalanzábamos al Tío de las pipas, con su cesta
repleta de frutos secos, mientras voceaba: 'Pipas, garbanzos,
chicles, caramelos...'
El Tío de las pipas |
Aquel
bachillerato marcaría mi vocación al magisterio. La mirada ingenua
de aquel chico a sus profesores de Lengua, Literatura, Historia,
Francés y luego Latín y Griego, las lecturas que me recomendaban
mis compañeros (Ortega o Unamuno) o las de lectura obligatoria, sin
olvidar el acercamiento a la música de Bach, Mozart o Beethoven de
mi profesora de música abonaron mis inquietudes y marcaron mi futuro
profesional.
Mi
llegada a la escuela de Magisterio la dejo para otra oportunidad.
Ahora inicio mi 34º curso de profesor de Lengua en el Colegio Pedro Poveda de Jaén, lleno de ilusión,
he pasado de Sancho Bravo, a Sancho Fuerte y ya casi estoy logrando
ser Sancho Panza.
Viñeta final de la novela 'La isla del tesoro' |
El
recuerdo de aquel maestro que me regaló 'La isla del tesoro' de
Stevenson, el recuerdo de personajes como Daniel 'el Mochuelo', el
Capitán Trueno y tantos y tantos otros, me acompaña cada mañana
cuando entro en clase, doy los buenos días y digo: