domingo, 25 de septiembre de 2016

Autorretrato lingüístico con motivo del Día Europeo de las lenguas (26 de septiembre)

AUTORRETRATO LINGÜÍSTICO

-Con motivo de la celebración del Día Europeo de las Lenguas (26 de septiembre) e invitado por @londones en su blog Día Europeo de las Lenguas dejo mi autorretrato-

José Luis Lomas  @jos_lomas

'Adelante, chicos, que todos tenemos algo de Jim'

Pepito

Conservo en la biblioteca uno de mis primeros libros: 'La isla del tesoro' de R.L. Stevenson, de la Editorial Bruguera, en aquella serie llamada Clásicos juveniles, que contiene esta dedicatoria manuscrita con una estilográfica y en tinta verde:

'Para Pepito en el día más feliz de su vida, de su maestro recordándole con cariño'

... y luego un garabato.

Mi primera novela regalada y dedicada por mi maestro

Pepito era yo; el día más feliz de mi vida, mi Primera Comunión; y quien escribió la dedicatoria, Don Juan, uno de mis primeros maestros...

Don Juan quiso regalarme esta novela de aventuras que narra la historia de Jim, un niño sin responsabilidades que pasa a ser un hombre valiente...

Gracias a Jim, uno de sus personajes, comencé a conocer y sentir los valores de la amistad, de la valentía o la lealtad... O quizá no fue así y ha sido después de tanto tiempo cuando los he reconocido... el caso es que cuando me habéis propuesto un autorretrato lingüístico para celebrar el Día Europeo de las lenguas, se me ha venido a la cabeza esta novela y he ido a encontrarla en uno de los anaqueles.


Castillos de Cambil y Alhabar


Nací en Cambil, un pequeño pueblo de Sierra Mágina situado en un gran valle rodeado de altas cumbres y escabrosos montes vigilados por dos inmensas peñas: Cambil y Alhabar.

Durante aquellos primeros años de la década de los sesenta, los niños acudíamos a las Escuelas, que no eran sino dos aulas, una para niños y otra para niñas, en la planta baja de una casa que se me antojaba inmensamente grande. En su parte superior estaba la vivienda del maestro. Aquella casa también tenía un corral con animales que dotaban de despensa al maestro y adonde íbamos a hacer algunas excursiones para dar de comer a las gallinas y a los conejos y ver cómo Don Jesús ordeñaba la cabra. Los recreos, los solíamos hacer en la calle, supongo.



Como digo, nací en Cambil, allí viví hasta los trece años y al igual que Daniel 'el Mochuelo' en la novela 'El Camino' debí marcharme a la capital para proseguir mis estudios de bachillerato.

Sinceramente no recuerdo bien cómo pasé la noche anterior a mi marcha a la capital, pero seguramente fue parecida a la que Delibes refleja en su novela: yo, en mi cuarto, mi madre Pura haciendo cuidadosamente la maleta, de piel gastada, preocupada por mi bienestar y mi padre Francisco decidido a mandarme a la ciudad, donde viviría solo en una casita que mi abuelos Pepe e Ignacia habían comprado recientemente y que nos serviría de residencia a los nietos que quisiésemos estudiar en la capital.

Entonces, no éramos muchos los chicos del pueblo que abandonábamos aquel valle montados en un coche de viajeros destartalado y que a duras penas lograba empinar la cuesta hasta alcanzar el puerto de montaña coronado por un pequeño acueducto que saciaba la sed de aquellas olivas de troncos retorcidos. Sí, aquel autobús luego nos conducía, ya cuesta abajo, hasta cruzar el río Guadalbullón y tomar finalmente la carretera nacional que venía de Granada y nos llevaba a Jaén.

Llegué con mis trece años a cursar el bachillerato en el Instituto Virgen del Carmen, llamado el Instituto masculino, y formé parte de la primera promoción del BUP (Bachillerato Unificado y Polivalente).

Junto a la maleta de piel gastada, llevé otra de madera, cargada de libros, con un radiocasete, algunas cintas y una máquina de escribir Olivetti de color verde manzana.

La llegada a la ciudad fue algo grande para mí, especialmente durante los primeros años. Aquellos chicos de la ciudad, aquellos profesores que se me antojaban tan listos y aquella libertad me ensanchaban el alma, y cada mañana y cada tarde acudía a las clases lleno de ilusión, admirado por aquel profesorado y aquellos compañeros que habían ocupado el lugar de Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, El capitán Trueno o Roberto Alcázar y Pedrín, mis acompañantes durante los últimos años y con quienes me había encontrado al final del día, al salir de la escuela a las cinco, cansado ya de jugar con mis amigos al tirachinas, a correr para ver quién llegaba antes a la presa de agua, vagando por el camino del Molino o bañándonos en verano en las chilancas construidas con piedras por los chicos mayores en los remansos del río Villanueva.

Los domingos, después de misa, con la calderilla que nos daban nuestros abuelos, nos avalanzábamos al Tío de las pipas, con su cesta repleta de frutos secos, mientras voceaba: 'Pipas, garbanzos, chicles, caramelos...'

El Tío de las pipas

Aquel bachillerato marcaría mi vocación al magisterio. La mirada ingenua de aquel chico a sus profesores de Lengua, Literatura, Historia, Francés y luego Latín y Griego, las lecturas que me recomendaban mis compañeros (Ortega o Unamuno) o las de lectura obligatoria, sin olvidar el acercamiento a la música de Bach, Mozart o Beethoven de mi profesora de música abonaron mis inquietudes y marcaron mi futuro profesional.

Mi llegada a la escuela de Magisterio la dejo para otra oportunidad. Ahora inicio mi 34º curso de profesor de Lengua en el Colegio Pedro Poveda de Jaén, lleno de ilusión, he pasado de Sancho Bravo, a Sancho Fuerte y ya casi estoy logrando ser Sancho Panza.

Viñeta final de la novela 'La isla del tesoro'

El recuerdo de aquel maestro que me regaló 'La isla del tesoro' de Stevenson, el recuerdo de personajes como Daniel 'el Mochuelo', el Capitán Trueno y tantos y tantos otros, me acompaña cada mañana cuando entro en clase, doy los buenos días y digo:

¡Adelante, chic@s, que todos tenemos algo de Jim! 
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