martes, 11 de marzo de 2014

Pepito no se dignaba a mover ni un metacarpo, un relato de Teresa Valderrama

Hola, chic@s, no me resisto a publicar en nuestro blog un fantástico relato escrito por Tere Valderrama, una antigua alumna, para el blog del Centenario que os recomiendo visitar... Las ilustraciones son recreaciones sobre fotos del colegio... ¡Suerte haber tenido alumnos tan literarios!

Fuente del vestíbulo

Imágenes del colegio Pedro Poveda recreadas por Teresa Valderrama

Teresa Valderrama

Parma, 6 de marzo de 2014

Hace ya algunos años, yo también fui alumna del Colegio Pedro Poveda. Allí pasé los años de la infancia que recuerdo con tanta añoranza porque fueron tiempos preciosos donde aprendí muchas cosas buenas e inolvidables, además recuerdo la felicidad en la que siempre estaba envuelta mi vida. 


Cancela del Colegio
Cuando pienso en aquellos tiempos, sin saber por qué, mi mente se pone como punto de partida el recorrido que tenía que hacer cada mañana y cada tarde hasta llegar al cole. Salía de casa con mis tres hermanas de la mano y con los bocadillos preparados para la merienda del recreo, íbamos siempre a ritmo ligero desde la carrera hasta llegar a la cuesta de la Alcantarilla. Amainábamos el paso cuando percibíamos el olor a pan recién hecho que salía de la panadería que se encontraba al principio de la calle del colegio, lo que nos decía que estábamos por alcanzar el objetivo matutino. Esa percepción ya hacía que nuestro espíritu se llenase de una sensación reconfortante aún sabiendas que tenía que estar en el cole por tantas horas lejos de mi madre y separada de mis hermanas. 

Como eso de la puntualidad nunca fue nuestro fuerte, cuando llegábamos a la entrada del Colegio, en numerosas ocasiones nos encontrábamos a Tere, la portera, con los labios apretados que decía: “!vamos, vamos que cierro!”, Tere era, bueno y es, una persona encantadora, recuerdo la cara que nos ponía al llegar tarde, así, seria como para regañar pero luego siempre te echaba una sonrisa o te guiñaba el ojo en señal de complicidad. Una vez pasada la barrera de la portería, siempre había unos minutillos para pararnos en uno de los lugares del cole que más me han gustado y mayor recuerdo tengo, aparte de la biblioteca y del laboratorio; la capilla. 


Antiguo Altar de la Capilla
Me gustaba entrar allí, por lo general olía a flores, había un olor penetrante a rosas mezclado quizás con algunos aromas cálidos de las velas que tuviese encendidas o algún aceite o incienso que hubiese cerca de la Virgen Niña a quién teníamos como imagen a la que orar. Recuerdo que nos sentábamos en aquella hilera de sillas frente a la Virgen y cerraba los ojos unos segundos, seguramente para recuperar la calma después de la aventura de cada mañana y prepararme para el largo día que tenia por delante, era relajante.

Virgen Niña
Después, las clases, los patios, las escaleras, la campana, “!han tocado para el recreo!”, los trabajos para la Semana de Andalucía, el gimnasio, Juan con su puro, M° Ángeles Malo y su cruce de rebeca, Carmen Muñoz, Paqui, Amparo, y como no, ¡el nuevo profe!: José Luis. Todas aquellas experiencias y todos aquellos profesores han sido y son especiales, grandísimos docentes que me han enseñado tanto, no sólo a saber todo aquello que les ordenaba su “programa curricular” sino también y lo más importante, a ser una persona de principios, de respeto por lo que me rodea ya sea humano o natural, físico o psíquico y espero que como a mí,  tantos otros hayan tenido la misma experiencia positiva y les haya quedado la misma semilla que ellos dejaron en mi. La Institución tomó una dirección acertada al elegirlos como hilo trasmisor y medio de comunicación entre la base de sus valores y los alumnos de este colegio. Personalmente, estoy muy satisfecha y agradecida tanto a la Institución, a mis profesores y sobre todo a mis padres que eligieron este lugar para mi educación.

Pero no sólo ellos han sido los culpables de lo que soy hoy en día, hay alguien mas que me ayudó a descubrir mi pasión, que es ahora mi profesión, la Arqueología. Hoy tengo la oportunidad de narrar algo que me ocurrió y que influyó en mi futuro para siempre.

Todo empezó cuando una mañana de invierno, nos preparábamos para la actuación de Navidad que tendría lugar el 20 de diciembre de aquel año en el Salón de Actos. Para nosotras, las alumnas de sétimo curso, eran un poco estresante aquellas fechas porque teníamos exámenes del primer cuatrimestre y nos faltaban horas para poder estudiar y preparar a la vez la actuación de Navidad, durante al menos dos semanas nos teníamos que quedar después de las clases para ensayar y la verdad es que no era demasiado divertido, y os cuento por qué.


Biblioteca del Colegio
Aquel año había nevado como nunca lo había hecho antes en Jaén, hacía mucho frío y la calefacción del cole no daba para tanto, eso hacía que las habitaciones de la parte alta fuesen las más frías del Colegio. El problema se agravaba cuando teníamos  clases de  Física y Química en el Laboratorio que se encontraba en una parte algo aislada y donde normalmente a Pura, nuestra profe, no le gustaba poner la calefacción porque los animalejos que mantenía en formol podían sentirse afectados por el calor y estropearse. Pero, además del frío que reinaba en aquella estancia, había algo más que a mi me tenía en tensión cada vez que me quedaba sola mientras recogía mis cosas al finalizar la clase. Era él, era aquel esqueleto que, impasible, me miraba todo el tiempo como para decir algo, con la mandíbula un poco desencajada metido en aquella urna de cristal de la que parecía que podía salir de un momento a otro y abalanzarse sobre mi para acabar conmigo.

Le llamábamos Pepito, pienso que le dábamos el diminutivo para intentar que fuese benévolo con nosotras y no se dignara a mover ni un metacarpo mientras estuviéramos en aquel laboratorio. En ocasiones, había sentido cierta corriente de aire frío mientras estaba ensimismada calculando fórmulas y resolviendo problemas de física, extrañas corrientes que sin sentido me provocaban escalofríos por todo el cuerpo, corrientes de las que desconocía la procedencia ya que todas las puertas y ventanas de esa habitación se sellaban para no dejar pasar el frío, lo que me hacía llegar a conclusiones algo macabras.


Expositor de fósiles, laboratorio de Ciencias
Aquella mañana la cosa se complicaba, la nieve estaba impidiendo que los coches circulasen por las calles de Jaén con normalidad, las cuestas de la ciudad estaban muy resbaladizas y los vehículos no estaban preparados para poder caminar sobre tal cantidad de nieve. Yo estaba muy preocupada por que ese día tenía el examen de Física y Química en el laboratorio y no me sentía muy bien, pienso que estaba algo resfriada y tenía cierto malestar pero no quería llamar a casa para que me recogiesen por que tenía dos grandes eventos: el examen con Pura y la actuación de Navidad, no podía fallar a Carmen, mi tutora ni a mis compañeras que tanto me necesitaban aquella tarde.


'Pepito' en la urna del laboratorio
de Ciencias Naturales
El examen era a las diez y media de la mañana justo después del recreo. Puntuales como un reloj, allí estábamos todas sentadas esperando que la profesora repartiera los folios que contenían formulas que teníamos que resolver encontrando el nombre correcto de la sustancia o el elemento al que correspondían y viceversa. No parecía muy difícil por lo que, apenas repartió todos los exámenes me puse a escribir las respuestas muy segura de mi, era una materia que me gustaba y se me daba bastante bien. El sistema de corrección era el siguiente: apenas acababas el examen te acercabas a la mesa de la profesora, que estaba custodiada por una enorme pizarra llena de números y letras, y ella lo corregía de inmediato, por lo que sabías directamente si habías superado la materia o no. ¡Madre mía! ¡Que nervios! ¡Allí mismo! ¡delante de todas! El ambiente que se respiraba era, como suele ocurrir antes cualquier examen, bastante tenso pero especialmente ese día parecía que  la atmosfera era diversa. 

El resfriado, los nervios, el frío y el cansancio acumulado de tantas tardes preparando la actuación hizo que un tremendo escalofrío recorriera toda mi espalda. En ese momento, empecé a estornudar y casi sin poder parar agarré de inmediato un pañuelo que llevaba en el bolsillo de mi chaqueta. Con los ojos llenos de lágrimas provocadas por el esfuerzo de cada estornudo miré instintivamente hacia la urna de Pepito, me había dado la sensación de haber notado algún movimiento inusual mientras se me habían desencadenado aquella sacudida. Me pareció extraño, pero como estaba ligeramente mareada no sabía si había sido cierto lo que había notado o simplemente había sido una estúpida sensación. Aturdida, seguí haciendo mi examen pero conforme pasaban los minutos mi estado empeoraba. Tenia sudor frío y la vista algo nublada pero no quería levantarme de la silla hasta terminar, lo mejor posible, mi examen. El tiempo pasaba para mi muy despacio y mis compañeras se iban levantando e iban entregando sus exámenes. La clase estaba ya casi vacía. Yo no daba pie con bola, se me mezclaban los números, las fórmulas, las letras, todo era un caos en mi cabeza y no conseguía poner orden dentro de ella, ¡después de todo lo que había estudiado para aquel examen!. 

Entonces, cuando la penúltima alumna había recibido su nota, se había marchado y me había quedado sola con Pura, entró Tere la portera, algo agitada, para anunciarle a la profesora que la Directora, Mª Luisa Piñar, la necesitaba de inmediato en su despacho y como no quedaba lejos decidió salir corriendo para ver lo que ocurría, pero antes me dijo: “Teresa tienes 5 minutos para entregarme tu examen, voy a ver a la Directora y en cuanto vuelva, me lo das”.  Yo no pude hacer más que asentir con la cabeza porque casi no me salía la voz del cuerpo. Abrumada por la situación en la que me encontraba, decidí cerrar los ojos y respirar profundamente para intentar recuperar la calma y la inspiración. Después de unos segundo entreabrí mis ojos y algo hizo que me quedara paralizada como una estatua, no quería mover ni una sola uña. Me había parecido ver que la puerta de la urna donde moraba Petito estaba ¡abierta!. Todo en mí se despejó, me desperté de la situación convaleciente en la que estaba. “¡Madre mía!”- pensé-“no está dentro, ¡se ha salido!”.  Ahora temblaba pero del miedo, no sabía que hacer, como reaccionar a tal situación, quería salir corriendo y gritar a todas lo que estaba pasando en aquella aula pero mi cuerpo estaba petrificado, no hacía caso alguno a ninguna de mis ordenes mentales, estaba tan asustada que no comprendía nada. De repente, noté un frío espeluznante cerca de mi, y un tintineo como de huesos que recorría la habitación. Por último, un chirriar de bisagras y un vibrar de algún cristal me indicaron que alguna puerta se había cerrando. Entonces y sólo entonces, me atrevía a abrir muy despacio los ojos para ver lo que acababa de acontecer. Y cual fue mi sorpresa cuando al mirar a mi alrededor comprobé que todo estaba en orden, las mesas, las sillas, la urna,…Pepito, todo estaba en su correspondiente lugar sin dar señales de que allí hubiese pasado nada. Pero no fue así, !había ocurrido algo extraordinario! cual fue mi sorpresa al ver que junto a mi, en la ventana más cercana, estaban escritas con vaho todas las respuestas. 

Perpleja y sin perder ni un minuto escribí aquellos resultados sin pensar cómo ni quién los había puesto allí. Completé mi examen y justo en ese instante entró Pura un poco alocada cogiéndome el papel vigorosamente para corregirlo y darme, sin dudarlo, la máxima puntuación. Yo no podía creer lo que acababa de pasarme, mientras recogía mis cosas de la mesa para bajarme al Salón de Actos y continuar con los preparativos de la actuación, miré detenidamente la escritura que casi ya no se veía y pude observar que tenia un trazo muy fino como si hubiese sido escrito con el tapón de un bolígrafo o con…el hueso de un dedo de esqueleto. Salí de allí a paso ligero y, pensativa bajé las escaleras intentando darle una respuesta lógica a aquella experiencia, queriendo contar a los cuatro vientos lo que había ocurrido aunque nadie me creyese, quien podía pensar que Pepito, el esqueleto del cole, me había ayudado a pasar un examen, si ni siquiera yo misma tenía claro que hubiese sido fruto de mi imaginación, por lo que decidí no contárselo a nadie por el momento.


Urna en el laboratorio de Ciencias
Llegada la tarde, había un gran revuelo por todas las dependencias del Colegio. Se corría de un lado a otro para ultimar los detalles del gran evento ya que la nieve había impedido que los preparativos cumpliesen horario. Alrededor de las cinco dio comienzo la función. El Salón estaba repleto y yo absorta por los acontecimientos desencadenados miraba a lo lejos de la sala, desde el escenario, con la mirada perdida. Las luces, la música, y los recitales marcaban una atmosfera navideña encantadora. Repentinamente, volví en sí preocupada por saber si mi madre había superado los problemas de la nieve y había llegado a tiempo para venir a verme. Buscándola entre la gente vi una cabeza que me llamó la atención. No era mi madre, era ¡Pepito! que había bajado desde el laboratorio para estar junto a todas las estudiantes en uno de los días más bonitos y emotivos del año. Desde entonces comprendí que Pepito siempre estaba a nuestro lado para echarnos una mano. Creo que le gusta mucho vivir allí y ser el guardián de todos los estudiantes, por lo que, si alguna vez pasas por el laboratorio y quieres saludarlo, acércate a la urna que igual puedes ver si mueve algún hueso queriendo decirte: ¡Ciao!.

Gracias a esta relación tan especial que tuve con Pepito fue como se despertó en mi la pasión por el estudio de la Arqueología, de los restos del pasado y la vida de nuestros ancestros y me ayudó a comprender que si somos capaces de leer nuestro pasado, seremos capaces de comprender nuestro presente para planificar mejor nuestro propio futuro. 

También aprendí que no tenía que elegir mi camino por cuanto dinero ganaría con lo que hiciera, ni cuántos problemas debía de superar para conseguir lo que quisiera hacer, ni si era la mejor en ello, tan solo aprendí a buscar aquello que al hacerlo me diera la felicidad, y si así lo hacía, supe que podía conseguir lo que me propusiese, y lo más importante, sería feliz y haría feliz a los que me rodean.

Terry

Arcos de ladrillo, vestíbulo


Imágenes del colegio recreadas por Teresa Valderrama.
Teresa Valderrama: Para mi cole


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